La importancia que los oradores de origen hispano tuvieron en la Roma clásica es relativamente poco conocida en su país de origen; ya se sabe que nadie es profeta en su tierra, y podría añadirse que, en España, menos aún. Sin embargo, su herencia cultural puede servirnos de gran ayuda a la hora de gestionar nuestra marca personal, nuestras redes sociales o nuestro blog.
Y entre las enseñanzas que podemos extraer de ellos se cuentan la importancia o los riesgos de las palabras en las redes sociales, la coherencia entre el contenido del discurso y la persona que lo da, y la temida «muerte por powerpoint», que en nada tiene que envidiar a ser arrojado de la Roca Tarpeya. Enseguida vamos a repasarlas, pero antes recordemos brevemente cómo empezó todo.
Hispanos en Roma: la importancia del Ketchup y la comunicación
El inicio de la influencia de los hispanos en Roma puede remontarse al momento que un tal Cornelio Balbo hizo amistad en Gadir (Cádiz) con un joven Julio Cesar que «pasaba por allí» con sus tropas.
A Balbo podemos considerarle un pionero en dos cosas: el primer asesor de Comunicación y también el primer Rey del Ketchup (el «garum» de los romanos).
Balbo era millonario por sus fábricas de garum instaladas en la zona del estrecho (el garum era una salsa a base de pescado fermentado, muy apreciada entre los romanos de la época, que la consumían no sólo con platos de pescado, sino con todo tipo de alimentos). Su cercanía al ambicioso romano se basó en que cuidó la imagen de César ayudándole en estrategias políticas y discursos, y aconsejándole en su camino hasta llegar al poder absoluto. Empezando por su relación con los belicosos hispanos, Balbo logró convertirse en el principal asesor y consultor de Julio César, de quien no se separaría hasta la muerte de este.
Balbo fue también gran amigo de Marco Tulio Cicerón; de hecho este le defendería en juicio cuando sus enemigos intentaron evitar que, como hispano emigrante, se convirtiera en ciudadano romano de pleno derecho. Gracias a la oratoria de Cicerón – su famoso discurso «pro Balbo» – acabaría siendo el primer Cónsul de origen extranjero en Roma.
Este éxito de la oratoria abrió la puerta a que los hispanos romanizados pudieran alcanzar el éxito en la competitiva Roma. Una gran avance social que desembocaría, muchos años más tarde, en el advenimiento de emperadores hispanos como Trajano.
Este primer hispano notable en Roma no pertenece a los «tres tenores «, que protagonizan este post, pero de él podemos aprender que gestionar tus relaciones y contar con asesores especializados como él o Cicerón en comunicación, y sobre todo ayudar al éxito de otros, puede ser una buena estrategia de marca personal; yJulio César supo aprovecharla al máximo.
Hablar «en Romano» no era sólo hablar en Latín
La retorica o elocuencia era una de las características esenciales del liderazgo romano; de hecho, los jóvenes romanos hacían su «grand tour» por Grecia -un equivalente al Erasmus actual- con el principal objetivo de aprender a hablar en público y convertirse en líderes capaces de convencer. Por eso, que fueran tres hispanos los que tomaran el relevo de Cicerón a la hora de marcar el punto álgido de un terreno de conocimiento obligatorio y tan competitivo como la oratoria Romana, es algo más que notable.
Estos tres hispanos fueron Séneca el viejo, su nieto Lucano y Quintiliano. Su labor consiguió que Roma contara con una voz imperial propia en el primer siglo de nuestra era, y sin duda sembraron el camino que llevaría siglos después a los primeros emperadores hispanos.
Las bases intelectuales y de ejemplo para comunicación establecidas por ellos han servido a Occidente durante dos mil años, y que siguen siendo validas para una presentación en público o para gestionar una cuenta de twitter. Porque las bases de la elocuencia son tan válidas para el antiguo foro romano como para cualquier foro digital actual.
Conozcamos a los tres tenores hispanos de la oratoria
Séneca el viejo: el «efecto powerpoint»
Marco Anno Séneca, o Séneca el Retórico, fue padre del Séneca filósofo, con el que suele ser confundido (ayuda a esta confusión el que ambos nacieran en la ciudad de Córdoba). Séneca padre, o el Viejo, fue reconocido como el mejor retórico de Roma y el que dejó por escrito el principal «manual» por el que los oradores romanos se guiaron y del que deriva toda la teoría moderna.
Séneca el Viejo admiraba a Cicerón, al que nunca pudo escuchar en persona por causa de las guerras pompeyanas, pero del que aprendió la ausencia de florituras en el discurso, que habían llegado a convertirse en una moda molesta.
De entre todos los consejos que Séneca el Viejo recopiló en su Manual de oratoria -traducido al español nada menos que por Francisco de Quevedo- quizá el mejor de todos sea: «Cuando un autor es demasiado meticuloso sobre su estilo, puedes asumir que su mente es frívola y su contenido es débil».
Formaba parte de su lucha contra la retórica vacía, cuyo equivalente hoy en día podría ser el útil, pero también temido, powerpoint. La mejor base para ser un buen orador es cuidar el contenido y ordenarlo de forma inteligente, en vez de concentrarse tan sólo en un envoltorio lleno de arabescos.
No te concentres tanto en el powerpoint, o en la plantilla del blog; haz caso de Séneca el Viejo y precúpate sobre todo del contenido que vas a meter en ellos. Algo que ya contamos en el artículo sobre la presentación que el mago Marco Tempest hizo sobre la vida de Tesla en TED, y que nos dejó con la boca abierta.
Lucano: cuidado con la reputación en «redes sociales»
Siendo nieto de Séneca el Retórico y sobrino del filosofo, y también cordobés, Lucano solo podía ser poeta. Además de genes, no le faltaba talento: con sólo 15 años ya era reconocido en la capital del imperio gracias a sus poemas y su puesta en escena para declamarlas.
Tan famosas eran sus «presentaciones», que el propio Nerón -cuyo tutor era tío Séneca, el Joven- le hizo parte de su corte y estrella de su actos públicos. Pero su buena racha se acabó truncando, pues la fama de Lucano creció hasta tal nivel que al final Nerón, por envidia, le prohibió escribir o hablar. Para alguien que era, por encima de todo, poeta y orador, aquél constituía uno de los peores castigos.
Parece que el problema surgió cuando Lucano, que ya era mirado con envidia por un emperador aficionado él mismo a la poesía, tuvo la ocurrencia de usar un retrete público -entonces se compartían- mientras declamaba con ironía versos de Nerón. Poco tiempo tardó en llegar la noticia al emperador a través de las «redes sociales», que sin necesidad de smartphones tenían muy poco que envidiar en eficacia a las de hoy en día.
Así que podemos decir que este error de Lucano tuvo el dudoso honor de inaugurar las meteduras de pata en «redes sociales». Con este fallo de «reputación » fue obligado al silencio, y esto hizo que comenzara a atacar al emperador, e incluso a tomar parte en una conspiración contra él. Cuando esta fue descubierta, no le quedó más remedio que suicidarse.
En lo más positivo, el estilo de discurso de Lucano tuvo que ser novedoso para su tiempo, ya que fue el primero en escribir hechos históricos sin intervención de dioses o divinidades. Para eso su lenguaje recurría a la repetición, pero sin perder de vista la concisión. Compensaba la ausencia de artilugios con la calidad de su lenguaje.
De Lucano puedes aprender que no es necesario recurrir a elementos externos, y que tu discurso puede ser épico sin ellos. Es decir, que es mejor explicar bien las cosas, que recurrir a decenas de datos ajenos en tu presentación. Y, desde luego, que las palabras usadas con inteligencia pueden elevar la marca personal, pero también poner en problemas al orador si no cuida su reputación «social».
Quintiliano: el «crack» de la elocuencia
Marco Fabio Quintiliano, también hispano pero de la actual Calahorra, fue el gran organizador de la retórica romana en un método.
Su gran aportación es propugnar que el orador debe hacer coincidir su pensar con su vivir, y su hablar con su actuar. Es decir, que la oratoria, la elocuencia, no puede ser una artimaña o un engaño, sino la extensión de lo que uno es, cree, hace y demuestra. Algo debía estar haciendo bien con su marca personal como abogado, demostrando elocuencia y coherencia, cuando el emperador Vespasiano se fijó en él.
El prestigio del hispano Quintiliano fue tan alto en su tiempo, y se percibía a la oratoria como una necesidad pública tan esencial, que fue incluso profesor oficial de la materia, renumerado con dinero publico. Porque los Romanos entendían que dominar la capacidad de expresión era la base del éxito personal y de su sociedad.
Vespasiano creó la cátedra de retórica y nombró a Quintiliano para ocuparla, ofreciéndole una renta anual de cien mil sextercios – una suma cuyo equivalente de hoy no estaría muy lejos de la ficha de un Messi o un Cristiano Ronaldo – y otorgándole la púrpura de Consul. Todo a cambio de que dejara su práctica privada y se dedicara en cuerpo y alma a organizar la formación en oratoria de los romanos, lo que en efecto hizo durante los siguientes veinte años.
Su libro resumen de esa tarea, Institutio Oratoria, sigue siendo hoy la base de cualquier intento de ser efectivo en el arte de hablar en público o comunicar. Su objetivo: educar al «orador perfecto», entendiendo como tal a una persona moralmente buena y con una amplia formación. Quintiliano crea a un orador de dentro a fuera, que es capaz de llevar una vida elocuente, de la que las palabras son solo una extensión; no discursos sueltos.
Su gran aportación es dejar claro que la oratoria no puede ser sólo una serie de «trucos»; el orador debe formarse como ser humano y como hombre público.
De los 12 tomos de Quintiliano podemos aprender a separar lo racional de lo emocional para convencer, pero sin dejar de lado que ambos deben estar presentes en todo discurso. Y asombra lo vivo que sigue su consejo de «divide los argumentos que pueden convencer a un auditorio en dos grandes grupos, según apelen a la razón o a los sentimientos».
Y de Quintiliano podemos aprender también la secuencia a tener en cuenta antes de cualquier discurso: Voz, gestos y vestuario. Estos deben estar elegidos en función de la audiencia o público, y del efecto que queremos causar.
Entre sus enseñanzas más anecdóticas, se le puede considerar el inventor del «recreo»: la pausa a sus alumnos para que regresaran frescos a sus tareas. También introdujo la innovación de los juegos que servían para aprender, frente a la tarea memorística pura que era la base de la educación de la época.
Y en resumen, la mejor lección de Quintiliano es que quien eres (SOY en el método Elocuent) es la base de lo que dices (DIGO) y tiene que ser coherente con lo que das (DOY).
Los romanos, los hispanos y tu blog
De estos «tres tenores» de la oratoria puedes aprender mucho. Porque en la sociedad digitalizada del siglo XXI hay algunos aspectos que no han cambiado tanto con respecto a la antigua Roma: sigue sin importar de dónde eres ni el medio que empleas para comunicarte, sino lo que dices y cómo lo dices.
Si, como suele decirse, un clásico es un libro que todo el mundo conoce y nadie ha leído, convendría que hicieras una excepción con las obras de estos tres compatriotas y las tuvieras en tu lista de lecturas para repasar y consultar. Te sorprenderá cuántos de sus consejos pueden aplicarse a tus estrategias de comunicación, y te sorprenderá también lo modernos que suenan. Como todos los verdaderos clásicos.
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