El mundo de la ciencia ha sido escenario frecuente de batallas encarnizadas sobre la autoría de un descubrimiento. Estos días, en que se cumple el aniversario de la invención de la lámpara eléctrica, es conveniente recordar cómo su hallazgo propició uno de estos enfrentamientos, en los que jugó un papel decisivo no el talento científico de los contendientes, sino sus diferentes personalidades, y su manera de transmitir su trabajo al público. Una verdadera batalla de comunicación.
Los contendientes fueron Thomas Alba Edison y Nikola Tesla, y el escenario, el mundo en tránsito entre los siglos XIX y XX, una época en la que la ciencia transformó de tal modo la sociedad, que con frecuencia iba de la mano de la palabra «prodigio». Los científicos eran reclamados en las cenas de las clases más pudientes y en las fiestas más exclusivas. La norma para estar a la moda era sentar un científico a la mesa, y en todas las disciplinas había quienes tomaban esta tendencia como una oportunidad para figurar, o como una vía de hacer los contactos necesarios para promocionarse y obtener financiación.
Tesla y Edison eran dos de las principales luminarias de esa época, y la palabra puede interpretarse en más de un sentido, pues gracias a su inventiva las ciudades iban perdiendo la lóbrega oscuridad que las envolvía por la noche para ser iluminadas por la recién inventada bombilla eléctrica.
Inspiración contra pragmatismo
Tesla respondía a la imagen más tópica que puede formarse de un inventor: complementaba su talento con la afición por darse aires misteriosos, por los golpes de efecto casi mágicos, por el show y los posados –el más conocido es, probablemente, el de la famosa foto con los rayos rodeándole en su laboratorio, y su retiro a su laboratorio de montaña en el que trabajaba en total secretismo. Una imagen que quedó reflejada en la película The Prestige, en la que le interpretó un enigmático David Bowie.
Por el contrario, Edison tuvo un sentido práctico mucho mayor. En su laboratorio de Menlo Park se rodeaba de los mejores técnicos, a los que gratificaba con los beneficios que obtenía de sus múltiples inventos. Poco importaba que algunos de ellos ni siquiera fuesen producto de su genio: de niño, los maestros le habían dicho a sus padres que su hijo sería incapaz de aprender. Sea esto cierto o no, sí fue capaz de inventar –como atestiguan las más de mil patentes registradas a su nombre- y de desarrollar las empresas que comercializaban sus inventos.
Una guerra poco corriente
El enfrentamiento entre ambos inventores –que ha pasado a la historia con el nombre de Guerra de las Corrientes– se produjo con motivo del desarrollo de los generadores de electricidad. Tesla trabajó con Edison durante tres años, pero acabó dejándole para fundar su propia empresa, cuando su jefe se negó a aceptar su idea de los generadores de corriente alterna. El motivo no fue tanto científico como empresarial: Edison contaba prácticamente con el monopolio de suministro de electricidad para Estados Unidos con su sistema de corriente continua, y no estaba dispuesto a perder los enormes beneficios que ello le acarreaba. Beneficios que se derivaban en parte del coste de instalar la corriente continua –más cara y menos eficaz que la alterna- y para los que contaba con la ayuda financiera de J. P. Morgan.
Tesla buscó también respaldo financiero, y lo obtuvo de la firma Westinghouse. Comenzó así una batalla que duró varios años, y en la que ambos contendientes utilizaron diferentes estrategias de comunicación: Edison se mantuvo en un perfil profesional, llegando a contratar los servicios de Edward Bernays, el “padre” de las Relaciones Públicas de quien ya hemos hablado aquí, para lanzar una campaña contra la corriente alterna. Tesla y Westinghouse utilizaron esas relaciones de manera mucho más espectacular, creando lo que hoy llamaríamos acontecimientos virales: elegir las Cataratas del Niágara para construir la primera central hidroeléctrica o iluminando la Feria Mundial de Chicago, en cuya inauguración el presidente Grover Cleveland encendió cien mil bombillas eléctricas con sólo pulsar un botón.
Ganar la batalla, perder el dinero
Fue la diferencia entre un comunicador social y un comunicador efectista. Edison trabajaba para crear y consolidar redes sociales -o su equivalente en la época- que le apoyaran y le permitieran mantener el provechoso control de sus productos; Tesla era un artista del golpe de efecto. Gustaba de sorprender en cualquiera de sus contactos con pequeñas -y grandes- demostraciones de sus inventos. Al final, ganó la batalla, no tanto por su estrategia de comunicación como por la indiscutible superioridad de su sistema. Sin embargo, cometió un error: confiar a Westinghouse toda la gestión de su actividad empresarial y venderle todos los derechos de sus patentes, algo que el práctico Edison jamás habría hecho.
Quizá lo más significativo es que Tesla muriera semiolvidado y en la pobreza, hasta que recientemente nuevos libros y estudios sobre su vida están recuperando la importancia de su contribución a la ciencia y al desarrollo de la sociedad, mientras que Edison añade a sus muchos títulos y atribuciones el de “padre de la electricidad”.
Una guerra de comunicación en la que no venció el mejor, ni siquiera el más inteligente. La batalla de la marca personal la ganó Edison, que logró hacer crecer su nombre y fama concentrando su energía en la construcción de redes personales, frente a un Tesla que abusó de los golpes de efecto y el individualismo. Por contra la batalla industrial no logró ganarla Edison aunque empleó todas las ténicas de comunicación. Una doble batalla de marcas personales y de «startups» que acabó en empate al ganar una Edison y la otra, Tesla.
Queda el consuelo de que esta guerra dio lugar al bautizo de uno de los grupos heavies más importantes de las últimas décadas. Si no se hubiera producido ¿qué nombre habrían escogido los integrantes de AC/DC?
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